Reflexionemos con esta maravillosa historia de la india.
Dunichand era un mercader muy rico, orgulloso de sus riquezas y posesiones. Por cada negocio exitoso que realizaba hacía colocar una bandera en su techo. Varias banderas ondeaban en el techo de su casa, proclamando su fortuna al mundo. Un día su Gurú le dijo:
-Hermano ¿me harías un favor?-Por supuesto Maestro ¿qué no haría yo por ti? dijo Dunichand con gran reverencia- ordena y tu sirviente te obedecerá.
El Gurú le dijo:
-Te doy esta aguja. Todo lo que pido de ti es que la guardes en un lugar seguro, y que me la devuelvas cuando nos encontremos otra vez en el próximo mundo.
-Será mi privilegio así hacerlo-dijo Dunichand.
Llevó la aguja a su esposa:
-El gran Gurú me ha encargado guardar esta aguja con seguridad y devolvérsela a él cuando nos encontremos en el próximo mundo- le dijo a ella.
Dunichand no se percató de las implicancias de la tarea que le encomendó el Gran Gurú.
Pero su mujer le dijo:
-¿Qué te pasó? como puedes tomar esta aguja y devolvérsela al Gurú cuando te encuentres con él en el próximo mundo? ¿Como puedes llevar esta aguja contigo?
Cuando esta comprensión le golpeo a Dunichand, exclamó:
-Es cierto ¿cómo puedo llevar esta aguja? ¡No puedo llevar nada! inclusive mis manos y mi cuerpo serán dejados atrás! ¿Cómo puedo llevar esta aguja conmigo?
Inmediatamente regresó a ver al Gurú y le dijo:
-Maestro este trabajo que me pediste que hiciera es humanamente imposible. ¿Cómo puedo hacer?¿cómo puedo llevar esta aguja conmigo y dártela en el próximo mundo?
Entonces el Gurú le dio una mirada que le penetró el corazón y dijo:
-Si no puedes llevar contigo ni siquiera una pequeña aguja ¿de qué te valen tantos millones?
Dunichand aprendió una lección de más valor que todas sus riquezas.